Category Archives: Fiction

Help me publish my next book!

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Dear Friends,

I would like your participation in my next publishing effort. My hope is to print the next volume of biblical fiction short stories: Destiny’s Call: Book Three – Leviticus. This was probably one of the more challenging books to write, given that the Book of Leviticus has little narrative. How does one tell a story about animal sacrifice? How does one turn dry laws regarding childbirth, ritual contamination, usury and more into an interesting story?

However, I have also fictionalized of the few but powerful stories in Leviticus as well. The question is do these stories hit the mark? Will they succeed in connecting a generation that is unfamiliar with our foundational texts with their heritage?

Find out and help me bring it to the world. To all those who helped with my first Kickstarter project, I thank you for a fantastic participation that was successful and satisfying. The book came out better than I expected and I couldn’t have done it without you.

For this project, I have put a much more modest goal, as we are really close to completion of the book. Please check out the project online, peruse the creative rewards and pass on this email to any friends you think this would be of interest to.

Thanks!

Ben-Tzion

La prima del Faraón

ficción bíblica: Éxodo Bo

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

La prima del Faraón

Lo odio, Pirit pensó mientras yacía en la cama. Nos va a destruir.

Pirit daba vueltas. No había ninguna posibilidad de que pudiera relajarse. Ella temía la oscuridad no cesaría, al igual que sucedió con la última plaga. Aún se encontraba traumatizada por aquella eterna y paralizante noche. Solía maldecir al sol por ser impredecible, pero ahora oraba por su regreso.

El primo Faraón condenó Egipto, Pirit reflexionaba. Y Moisés siempre cumplió con su palabra.

“Los primogénitos morirán”, dijo Moisés con su voz profunda y autoritaria. Al recibir ese anuncio sintió un gran escalofrío como si su primogénito, Rabret, hubiese muerto en el acto.

Oh, dulce Rabret, Pirit gimió para sus adentros. Solo tiene quince años. Recién entrando en la adultez. Pequeñas lágrimas corrieron por el rostro de Pirit ante la idea de perderlo.

Hubo un silencio tenso durante toda la noche en Egipto, como si todo el país estuviera expectante conteniendo la respiración. La última declaración de Moisés se habían expandido como la pólvora. La décima plaga promete ser la peor; afectaría a todos los hogares. Tanto los pobres como los ricos sufrirán. La mente de Pirit se revolvía inquieta. Tan solo aquellos que no tienen hijos se ahorrarán el dolor de perder uno.

¡Aún así el Faraón se rehúsa a dejar ir a los israelitas! Pirit gritó en su cabeza. ¡Está loco! Pero, ¿qué podemos hacer?

Entonces empezó. Pirit escuchó un suave gemido desde lejos. Se quedó en la cama intentando ignorarlo con la esperanza de que se iría. Entonces el gemido se hizo más fuerte – y más cercano. En realidad no era un gemido, era un grito de amargura, dolor y angustia. Se iba intensificando y haciéndose más fuerte. Pirit pensó que el grito era parecía un ser vivo, creciendo en fuerza, forma y poder. Antes de darse cuenta, el grito se volvió abrumador. Estaba en todas partes. Parecía como si cada punto de la tela que era Egipto estuviera desgarrándose de dolor. Pirit no pudo contenerse por más tiempo.

Aflojó sus ojos cerrados y se levantó de su cama. Se acercó, como si fuera a su propia ejecución, a la habitación de Rabret. La habitación estaba anormalmente tranquila en medio de los gritos comunales de Egipto. Tal vez solo está durmiendo pacíficamente, Pirit oró. Pero no había ningún movimiento. No se escuchaba ninguna respiración. Ningún suave subir y bajar del cuerpo de su hijo. Ningún signo externo de vida. Muy suavemente, Pirit tocó el hombro de Rabret. Hacía frío en medio de la cálida noche egipcia.

—Rabret —Pirit lo sacudió—. Por favor, despierta, mi amor.

Pero no hubo respuesta. Perdiendo toda esperanza, Pirit tiró del hombro de Rabret para ver su rostro.

Dio un paso atrás, tomándose la cara con las manos, mientras chorros de lágrimas gruesas rodaban por sus mejillas. El rostro de Rabret estaba congelado, muerto, en una mueca de dolor. La única forma de interpretarlo era que su vida había sido interrumpida con urgencia, fuerza y ​​con violencia. Él ahora era una cáscara vacía.

Pirit volvió corriendo a abrazar a su hijo sin vida. Su primogénito. Su Rabret .

—¡No! No mi dulce Rabret. ¡Oh, no!

Comenzó a llorar. Un llanto desconsolado que se unió a las voces del resto de Egipto en una sinfonía discordante de dolor.

*

Esta locura ha ido lo suficientemente lejos. No me importa si esto es traición o blasfemia, Pirit pensó mientras daba grandes pasos en su camino hacia el palacio de su primo. No estaba sola. Otros nobles, miembros de la realeza y asesores se dirigían, con los ojos llorosos, a la sala de audiencias del Faraón.

—Mi hijo. Mi heredero —Faraón estaba murmurando, sosteniendo el cetro del príncipe en sus manos.

Faraón estaba sentado, encorvado en su trono, rodeado de una creciente audiencia enfurecida. Pirit abrió paso entre el grupo y, sin previo aviso o introducción, se dirigió a Faraón.

—¿Cuántos niños más necesitamos sacrificar? —Pirit declaró—. ¿Cuántos más?

—¿Qué podemos hacer ? —Faraón le preguntó a nadie en particular.

—¡Deja ir a los israelitas! —Pirit gritó.

—Eso es lo que quieren —dijo Faraón débilmente, sin dejar de mirar el cetro del muchacho—. Pero es demasiado tarde ahora. Todo está perdido.

Pirit acercó al trono, sin haber sido invitada, bajo los gritos ahogados de asombro de los presentes.

—Primo —Pirit se dirigió al Faraón—. Todo se perderá si no haces nada. Déjalos ir, como deberías haber hecho hace tiempo. ¿Cuánto más debe pagar Egipto por su esclavitud? ¿Quién sabe lo que nos deparará la próxima plaga? Por favor, primo, por el bien de mis otros hijos, de sus otros hijos – por lo que aún queda de Egipto. Debes dejarlos en libertad – ahora. ¡Escucha los gritos! ¡Son cada vez más fuertes!

—Me siento como una marioneta en las manos del Dios hebreo —el Faraón comenzó apretando los dientes— Cada vez que he pensado en liberarlos siento un impulso de mantenerlos esclavizados.

—Entonces por Ra. No, no por Ra —Pirit miró a la gran estatua de su dios, sus labios rizados en una mueca—. Por el dios hebreo, que ha demostrado ser todopoderoso y ha reducido a Ra a una escultura sin sentido. ¡Juro por el dios hebreo! —Pirit se arrodilló y agarró firmemente ambos tobillos del Faraón, en medio de las exclamaciones de la audiencia—. No te dejaré ir hasta que liberes a los israelitas.

Faraón miró a su prima, de repente consciente de su audacia y atrevimiento en violar las reglas respecto a una persona santa como él. Reconoció el gesto antiguo que estaba llevando a cabo Pirit. No dejar ir al proveedor era el pedido físico de un suplicante hasta que su deseo fuera concedido, o hasta que lo mataran por su conducta inapropiada.

Un murmullo comenzó en la sala de audiencias con el telón de fondo de los lamentos cada vez más fuerte.

—Pirit tiene razón —el Faraón escuchó—. Tiene que dejar ir a los hebreos.

Otra voz añadió:  —Estamos perdidos.

—Faraón nos ha condenado.

—¿Qué podemos hacer?

—Tiene que dejar ir a los hebreos.

—Deja ir a los hebreos.

—Sí. Déjalos ir

—¡Deja ir a los hebreos! —dijo alguien como un canto, como un lamento.

—Deja ir a los hebreos —el canto fue acogido.

—¡Deja ir a los hebreos! —dijo el cuarto entero.

—¡Deja ir a los hebreos! —resonó por todo el palacio .

*

Faraón salió corriendo de sus aposentos con el cetro del Príncipe todavía en la mano, seguido por una extensa comitiva encabezada por Pirit.

Faraón se dirigió hacia el barrio hebreo de su ciudad. Caminó tambaleándose, buscando de puerta en puerta de entrada para detectar signos de la casa de Moisés o Aarón.

—¿Dónde está Moisés? —clamó el Faraón—. ¿Dónde está Aarón?

Pero no hubo respuesta.

—Hebreos —Faraón llamó—. ¡Por favor, ayúdenme! ¿Dónde están Moisés y Aarón?

Sin aliento, apoyado en el marco de la puerta de un hogar hebreo, el Faraón se sorprendió al sentir una sustancia pegajosa en las manos. Se miró las manos. Para su horror, estaba llena de sangre.

—¡Moisés! ¡Aarón! —Faraón gritó por encima del zumbido de los lamentos, que era notoriamente más tranquilo en el barrio hebreo.

—¡Lo siento! ¡Yo estaba equivocado! —continuó Faraón—. ¡Tú y tu gente pueden irse! ¡Por favor! ¡Vayan!

—Estoy aquí, Faraón —Moisés apareció en una de las puertas. Aarón estaba a su lado y que fueron seguidos por otros ancianos hebreos.

—Oh Moisés —el Faraón se puso de rodillas. El resto de la comitiva siguió su ejemplo—.Vayan, vayan. ¡Por favor! Me equivoqué. Vayan. Tomen todo lo que quieran tomar. Las mujeres, los niños, los animales – todos los animales. Tomen todos y salgan rápidamente. Ahora. Por favor, vayan. Vayan antes que nos destruyan a todos.

Moisés dirigió a los ancianos hebreos y les indicó que sigan adelante y den la palabra de partir. Todos ellos estaban vestidos para el viaje, llevando mochilas y bolsas totalmente cargadas, como si hubieran estado esperando el momento de ser liberados.

Sin decir una palabra, Moisés se volvió para irse.

—Moisés, mi Señor —Pirit rogó—. ¿Es este el final? ¿Será este fin a las muertes y a la destrucción en Egipto?

Moisés miró Pirit con cara triste y solemne.

—Eso dependerá de ustedes —los señaló a todos—, de ustedes y la voluntad del Faraón —lo señaló.

Pirit se estremeció. Si depende de nosotros y del Faraón, entonces realmente estamos condenados.

Y sin decir nada más, Moisés dio la espalda a los egipcios para nunca más volver a ver su lugar de nacimiento, la tierra de los opresores de los hebreos.

Las bebidas en El Cocodrilo hambriento

ficción bíblica: Éxodo Vaera

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

Las bebidas en El Cocodrilo hambriento

Los jeroglíficos en la pared mostraban el menú del día. Este, sin embargo, no había cambiado en más de dos meses; la mayoría de lo ofrecido en el menú no estaba disponible. Una vieja y desdentada sacerdotisa tocó una melodía melancólica en su arpa en un rincón oscuro de la sala. Corría el rumor de que su hermano mayor había sido asesinado durante el ataque de las bestias salvajes, y ella no había tocado una melodía feliz desde entonces.

Las mesas de la taberna estaban llenas de grupos de las altas esferas de la sociedad egipcia, que hablaban en voz baja entre ellos. También habían unos pocos solitarios lamentándose con sus bebidas.

Una mesa estaba llena de los musculosos eunucos negros del palacio del Faraón.

—Yo estaba allí, les digo —el gran Leras, el Eunuco Real, susurró en su tono agudo de voz al público que lo escuchaba alrededor de la mesa circular—. Yo estaba allí cuando Moisés anunció la próxima plaga.

—¿Y qué te dijo? —el voluminoso Doigo preguntó con una voz igualmente estridente—. ¿Cuál será la próxima plaga?

—El granizo —Leras entonó mientras se rascaba las costras de sus lastimaduras casi curadas—. Moisés dijo que quien sea o lo que sea que esté fuera en los campos de mañana, morirá a causa de las piedras del granizo. Si te quedas adentro, estarás protegido.

—¿Y tú le crees a este charlatán?  —preguntó Fanir, el Sacerdote de Ra, que estaba sentado con otros sacerdotes en la mesa de al lado—. ¿Tú y tus compañeros de eunucos han perdido la fe en los dioses de Egipto?

—No me di cuenta de que estabas espiando, Fanir —Leras silbó—. Además, tu fe en tus dioses te ha cegado a la realidad. El Dios de los hebreos ha demostrado ser más potente, y no hay nada que ellos o Faraón haya sido capaces de hacer para detenerlo.

—Ten cuidado, Leras —Fanir advirtió—. Estás cayendo en la blasfemia y en la traición. Ni siquiera tu posición como Eunuco Real puede salvarte del castigo.

—Eres un tonto, Fanir —Leras sonrió e hizo un movimiento de manos hacia Doigo y al resto de los eunucos de empujar y cortar—. Egipto se está desmoronando ante nuestros ojos y tengo intención de estar del lado del ganador. Este Moisés es magistral. Su sola presencia es impresionante y la forma en la que se enfrenta al Faraón es inspiradora.

—¿Qué? ¿Deseas unirte con él en su culto en el desierto? —preguntó Fanir.

—Realmente no tienes cerebro —Leras sonrió aún más—. ¿Realmente por un momento crees que su Dios está pasando todo este problema sólo por un día de adoración? Ellos quieren ser libres y dejar Egipto. Cualquier tonto puede reconocerlo. Pero tú, al parecer, ¡ni siquiera eres un tonto!

Fanir miró alrededor de la taberna con la cara roja de vergüenza. Miró significativamente a sus compañeros sacerdotes.

—No voy a permitir que tal insulto quede sin respuesta —Fanir anunció a sus compañeros de mesa. Los cinco sacerdotes se levantaron de sus sillas como si fueran uno, y se enfrentaron a la mesa del eunuco.

En ese momento, la puerta de la taberna se abrió y reinó el silencio en la sala. Incluso el viejo arpista detuvo su performance. Dos extraños entraron. ¡Dos hebreos! Sus pieles no tenían costras ni cicatrices ni forúnculos. Tenían la actitud feliz de hombres que han comido bien –algo que ningún egipcio había experimentado durante meses. Se pavonearon en la taberna trayendo en sus manos un pedazo de carne fresca

—¡Ho! ¡Posadero! —gritó el hebreo más alto, Datan—. Escuchamos que los egipcios no han tenido carne fresca durante algún tiempo.

—¿Qué es eso, esclavo? —respondió Parnet, el posadero de El Cocodrilo hambriento. Todas las miradas se centraron en el intercambio de palabras.

—Oh, simplemente pensamos que usted puede disfrutar de su paladar con algo más que el pez ensangrentado que pareces disfrutar tanto —Datan bromeó.

—Sí —agregó el hebreo más bajo, Aviram—. También escuchamos cómo las ranas se volvieron populares en tu menú. Ranas, sapos hervidos al horno, a la parrilla, pastel de ranas… ¿Cuál era nuestro favorito, Datan? ¡Oh sí, rana rellena de rana! Si las plagas no fueran suficiente, quizás tu menú mate a todos —Datan u Aviram rieron cruelmente.

—Ustedes los Hebreos creen que son divertidos —Fanir, el sacerdote, gritó desde su mesa—. Rían, pero no olviden que siguen siendo esclavos.

—¿Esclavos? —preguntó Datan burlonamente—. Estás en el pasado, sacerdote. Pronto nos desharemos de nuestros esclavizadores egipcios; en poco tiempo nuestro Dios habrá terminado contigo.

—Basta de hablar, hebreos —Parnet hervía—. ¿Cuánto quieres por la carne?

—200 shekel —Datan respondió lentamente.

—¿200 shekel? —Parnet gritó—. ¿Estás loco? Yo solía pagar no más de 20 shekel pof toda una vaca, y mucho menos por solo una parte.

—Por supuesto —respondió Aviram en voz alta—. Pero eso fue antes de que los animales salvajes asolaran los rebaños, y la pestilencia les diezmó. No es un problema. Estamos seguros de que el Hipopótamo Húmedo que está en el camino le encantaría ofrecer carne fresca a su más estimada clientela.

—Ahora, ahora, ahora, mis queridos hebreos —Parnet levantó las manos en señal de calma—. No hay necesidad de conducir un negocio tan duro. Sentémonos en el cuarto de atrás y lleguemos a un precio equitativo, sin molestar a los clientes.

—Lidera el camino, buen posadero —respondió Datan y Aviram guiñó un ojo. Siguieron a Parnet detrás del mostrador y a la cocina, todavía con su carne fresca. Los egipcios estaban salivando al verla.

—Ya ves, Finar —Leras rió, señalando a los hebreos mientras salían—. Esto es sólo el principio. Al final, Egipto podría llegar a pedirle a los hebreos algo más que un poco de carne fresca. Sacerdotes. No puedo creer que aún recen a sus dioses patéticos pidiéndoles ayuda.

—Tu intransigencia es indignante —Finar gritó, golpeando el puño sobre la mesa—. Los hebreos pueden tener la sartén por el mango en este momento, pero tu rebeldía es inexcusable. Voy a informar a Faraón personalmente y yo estaré encantado de supervisar tu ejecución.

Leras gesto a los otros eunucos. Doigo se levantó sin problemas, se dio la vuelta y de repente empujó al sacerdote más cercano a él.

—¡Hey! ¡Mira lo que haces, tonto! —Doigo le gritó.

El sacerdote le devolvió el empujón a Doigo.

—¿Qué estás haciendo ? Yo no hice nada.

—¿¡Nada!? ¿Llamas a esto nada? —el chillido de Doigo reverberó a través de la taberna. Estrelló el puño en el rostro confundido y fornido del sacerdote. El impacto hizo un sonido ‘crunch’ mientras Doigo le rompía la nariz al sacerdote. Un segundo más tarde, el sacerdote cayó sobre la mesa.

—Lucha —gritó algún cliente, y toda la taberna estaba en sus pies.

Leras recogió su mesa y tiró – platos, tazas y todo – hacia los sacerdotes. Entonces comenzaron los enfrentamientos en serio. Las sillas se rompían en las cabezas de la gente, los cuerpos salían volando por el aire. Hubo una alta concentración de blancas túnicas sacerdotes mezcladas con cuerpos negros musculares en el centro del cuerpo a cuerpo.

Emocionado por la acción y mostrando más vida de la que tenía desde la muerte de su hermano, la anciana sacerdotisa tocó una alegre melodía.

En medio del caos, Leras se centró en Finar. Lo tomó por el cuello y discretamente sacó un cuchillo.

—Di tus oraciones rápidamente, sacerdote. Ya no se puede amenazar a un hombre y esperar salirse con la suya.

—No te atrevas a hacerme mal, eunuco. Soy un sacerdote santificado del poderoso dios Ra. Tú vas a sufrir la condena eterna del mundo terrenal si me haces daño.

—Lo dudo —Leras susurró mientras tranquilamente metió la hoja entre las costillas del sacerdote.

Finar cayó al suelo uniéndose a otros sacerdotes inconscientes.

Parnet, seguido de cerca por Datan y Aviram, salió corriendo de la cocina a la sala principal.

—¿Qué está pasando aquí? —Parnet gimió.

—Es realmente agradable ver a los egipcios luchando entre sí —Datan comentó.

—Sí, deberíamos venir aquí más a menudo —aprobó Aviram—. Tal vez podamos incluso vender entradas para el espectáculo.

Leras dio un penetrante silbido. Igual de rápido que comenzó el combate, también terminó. La sacerdotisa volvió a tocar una melodía más tenue.

Uno de los sacerdotes conscientes examinó la herida.

—¡Está muerto! ¡Fanir está muerto! ¡Ha sido apuñalado!

—Tal vez sólo tropezó durante los combates —Leras explicó, al tiempo que mostraba la sangre en su mano—. Si alguien quiere hacer un problema de ello —Leras miró amenazadoramente a los sacerdotes—, puede que tropiecen también.

—N – No, Leras —el sacerdote tartamudeó y dio un paso atrás—. Esto fue sólo un accidente desafortunado. Tus argumentos teológicos son muy persuasivos.

—Ah. Así que hay algo de sabiduría en el sacerdocio después de todo —Leras asintió.

Datan y Aviram miraron con aprensión al sacerdote muerto, y al Leras de pie sobre él.

—Este Leras es peligroso —susurró Datan— Tenemos nuestro dinero. Dejemos este zoológico.

Datan y Aviram se dirigieron a la puerta, pasando por encima de los escombros de la lucha.

Leras, notando el movimiento, los llamó.

—¡Hebreos!

Datan y Aviram dieron la vuelta justo antes de la entrada.

—Nosotros – nosotros no queremos problemas —Datan tartamudeó—. No hemos visto nada-

—Tengo un mensaje para su Moisés.

—Y ¿cuál sería entonces —Aviram exhaló, volviéndose hacia la entrada.

—Dile a Moisés que los eunucos de palacio están con él. Apoyamos su lucha y lo seguiremos —Leras levantó la mano sangrienta—, le guste o no.

Presagio de luz

ficción bíblica: Éxodo Shmot

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

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­—Seiscientos treinta y ocho bebés varones se han lanzado en el Nilo —el capitán leyó de su rollo de papiro—. Dieciocho bebés varones han sido evacuados por sus familias a otros distritos, y un bebé de sexo masculino está desaparecido.

—¿Qué significa “desaparecido”? —Faraón preguntó con irritación desde su trono.

—Hemos buscado por todos los rincones de la casa de la familia —explicó el capitán en tono de disculpa—, y la de sus vecinos, familiares y cualquier persona que están en contacto regular con ellos. Hemos buscado detrás de cada arbusto y debajo de cada piedra, pero el bebé no está en ninguna parte.

—¿Qué dice la familia? —Faraón demandó—. ¿Qué es lo que dicen que pasó con el bebé?

—Afirman que el bebé ya fue tirado en el Nilo, pero no hay mención de esto en nuestros registros.

—¿Está seguro?

—Estamos seguros, oh Faraón. Nuestros registros son impecables. Nuestras fuerzas no han supervisado el lanzamiento del niño Amram en el Nilo.

—Amram, usted dice —Faraón asintió pensativamente—. De seguro que es su hijo. Él es el líder de los hebreos. Su hijo sería sin duda un candidato para ser el Redentor destinado. ¿Dónde puede estar?

—Yo puedo responder a eso, Padre —una sorprendente mujer joven declaró mientras entraba en la sala de audiencias del Faraón.

—Hija, ¿qué significa esta interrupción? —Faraón preguntó con sorpresa y disgusto.

—Puedo informar acerca del niño desaparecido no han logrado ahogar.

—Hija, yo sé que no apruebas nuestras acciones. Sin embargo, debes tener en cuenta que esto es por el bien de Egipto.

—Pfah  —la hija hizo un gesto de escupir—. Sacrificas criaturas inocentes, ¿y aún así te llamas un héroe? Pones demasiada fe en los augurios de tus astrólogos.

—Hija, ten cuidado con esa lengua o puede que ese órgano ofensor sea extraído. Te puede pasar incluso a ti, mi preciosa joya.

—¿Se podría silenciar a la única persona que te dice la verdad? Tú estás rodeado de estos aduladores que han torcido tu mente con la superstición y verdades a medias. Ellos conducirán a Egipto a nada más que miseria.

—Capitán  —el Faraón dio la espalda a su hija—, puede retirarse, y al salir, llame al Verdugo Real y a mis consejeros.

La hija dio un paso atrás ante la mención del verdugo.

—Hija —Faraón le devolvió la mirada—, no debes discutir conmigo en ese tono, y ciertamente no en frente de mis subordinados. Creo que tal vez una lección de respeto sea necesaria.

—¿Cómo puedo respetar a un asesino a sangre fría?

—Yo te mostraré.

Momentos más tarde, el Verdugo Real entró, seguido por los asesores de Faraón, Jeinis y Jimbrei.

—Verdugo, ¿qué formas temporales tiene usted para silenciar a una persona? —Faraón miró significativamente a su hija—: Yo sé que las lenguas no vuelven a crecer, pero ¿hay algo que se pueda hacer a corto plazo que pueda enseñarle una lección permanente a mi hija, acerca de los modales que debe tener una Princesa?

—Hierros, Faraón. Los hierros son la solución.

—¿Se podría cerrar su boca con hierros? A pesar de estar tentado con la idea, me gustaría algo menos indecoroso.

—No, Faraón. Me refería a los hierros calientes. Si tocamos su lengua o la parte interna de la boca con hierros candentes, ella no hablará por un tiempo, y con el tiempo sanará.

—¿Por cuánto tiempo estará ella en silencio?

—No estoy seguro. Las pocas veces que lo intentaron, los sujetos murieron a causa de sus heridas, pero me gustaría tener mucho cuidado con la princesa. Haría falta quizás varios meses para sanar, tal vez incluso un año.

—Un año es muy bueno entonces. Tenga cuidado de no estropear sus hermosas facciones. Y si ella no habla de nuevo en un año, Verdugo, usted perderá más que solo la lengua.

—Pero, Padre —exclamó la hija alarmada— : ¡Pensé que querías saber sobre el niño desaparecido!

—Sí, pues. Dime.

—Sólo si no le permites al Verdugo lastimarme.

—Eso, querida, dependerá de la naturaleza de la respuesta.

—Tengo el bebé.

—¿En serio? Buen trabajo. Entrégalo al Verdugo y podremos deshacernos de él ahora mismo.

—No.

—¿Qué quiere decir ‘No’ ?

—No lo entregaré. Él es mi hijo.

—¿Tu hijo ? ¿Tu hijo? —Faraón bajó de su trono y comenzó a gritar—. ¡En el nombre de Ra! ¿De qué estás hablando?

—Lo encontré en el río. Yo lo he adoptado como mi hijo. De acuerdo con todas las leyes antiguas, él es mío. No puedes tenerlo.

—¿Tenerlo? No quiero tenerlo. ¡Quiero matarlo! Él puede ser la cosa más peligrosa para el Imperio Egipcio, ¿y tú lo estás protegiendo?

—Sí. Y si pudiera, me gustaría proteger a todos y cada uno de esos bebés inocentes que tú crees que son tan peligrosos.

—¡Hija! ¡Estás yendo demasiado lejos!

—¡No! ¡Yo no voy lo suficientemente lejos! Nunca lo entregaré. Si puedo salvar aunque sea un niño, habré cumplido con mi deber.

—¿Te atreverías? ¿Te atreverías a rebelarte contra el mandato de tu padre? Esto es traición. No te liberarás de mi castigo.

—Me atrevo. Debería haber hecho esto hace mucho tiempo.

—Que así sea. ¡Verdugo! Vamos a ejecutar la princesa, aquí y ahora, sin demora. No puedo soportar ni un momento más con esta niña rebelde. ¡Hazlo ahora!

El Verdugo cogió a toda prisa a la princesa y un banco acolchado y se preparó para decapitarla. La obligó a arrodillarse en el suelo y ató firmemente su torso al banquillo, dejando espacio para que la cabeza quede a un lado. Ató las manos de la princesa a su espalda y colocó una bandeja en el suelo donde su cabeza caería. Faraón iba y venía hirviendo de rabia, pero conteniendo las lágrimas. Entonces el Verdugo desenfundó la espada y pasó una uña sobre su borde para comprobar su filo. Abrió las piernas y levantó la espada. La bajó lentamente hasta el cuello de la princesa para verificar el ángulo y la distancia necesaria para hacer un rápido y limpio corte. Luego levantó la espada de nuevo y tensó fuerte sus músculos, a punto de dejarla caer, a punto de hacerla caer a la princesa, rápido y fuerte.

—O Faraón —Jeinis hizo una reverencia–, ¿puedo ser tan atrevido como para interrumpir?

—Procede, Jeinis —Faraón levantó la mano al Verdugo para que se detuviera, agradecido por el alivio y la esperanza de que Jeinis proporcionaría una solución diferente. Mientras tanto, el Verdugo bajó lentamente la espada, decepcionado.

—De acuerdo con los signos más recientes, parece que la crisis ha terminado –continuó Jeinis.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que quiere decir, oh Faraón —Jimbrei intervino—, que de acuerdo a las estrellas, el Redentor ya ha sido lanzado al Nilo.

—¿Ya lanzado? Eso es un alivio. ¿Estamos fuera de peligro entonces?

—Um, no exactamente —Jeinis murmuró.

—Entonces, ¿hay peligro o no?

—Faraón sabe lo difícil que es leer las estrellas —Jimbrei entonó—.Parece que la necesidad de tirar a los niños en el Nilo ha pasado. El peligro del Redentor destinado aún está por ahí, pero es vago y difícil de leer. Debemos permanecer a la escucha.

—¿Pero ya puede parar el ahogamiento de niños? —la princesa intervino desde su posición, atada y de rodillas sobre el banco.

—Sí, princesa —Jimbrei respondió de mala gana.

—Entonces no hay razón por la que no puedo mantener a mi hijo, padre.

—Si eso hará que se detenga tus incesantes quejas, blasfemias y rebeldía, pues puedes mantener a este niño – con una condición.

—¿Y cuál sería esa condición?

—No adoptarás otro de los hebreos de nuevo. Este será su primer y único hijo de ese pueblo. No les deberá ofrecer una protección de esta manera. Y si tengo la sensación de que este niño es una amenaza en cualquier forma, irá con los Verdugos.

—De acuerdo. Felicitaciones, Padre, ahora eres un abuelo.

—Ahórrate el melodrama. Suelte a la princesa —el Faraón hizo señas al Verdugo—. Vamos a examinar este niño.

—Oh, Padre, lo amarás. Es un niño precioso —la princesa cantó mientras el Verdugo la desató y la ayudó a levantarse.

—Yo decidiré eso.

—Traeré el bebé —dijo la princesa mientras salía orgullosamente al pasillo.

Faraón se sentó en su trono, aliviado. ¿Cómo fue que merecí una hija tan difícil? Aunque me gustaría que mis soldados fueran al menos la mitad de valientes que ella – entonces el mundo entero estaría aterrado de nosotros, pensó con orgullo paternal.

—¿Es prudente dejar que se quede con el niño? —Jeinis preguntó a Faraón.

—Si eso apaciguará a mi hija y dejará de juzgarme, entonces valdrá la pena.

—Si este es el hijo de Amram —Jimbrei añadió—, podría tener ramificaciones curiosas.

—Hmm. ¿Quiero tener al hijo de mis enemigos en mi casa? Si fuera un rehén sería una cosa, pero como hijo adoptivo no estoy tan seguro.

—Es bueno tener a los amigos cerca, Faraón —Jimbrei citó—, pero es mejor mantener a los enemigos más cerca.

—Sí, vamos a mantener una estrecha vigilancia sobre el hijo de Amram. Él todavía puede ser de utilidad para nosotros.

La hija de Faraón, radiante de alegría, volvió a entrar en la sala con un bebé en sus brazos.

—Aquí Padre, éste es mi hijo.

—Él… ¡es hermoso! —Faraón tartamudeó.

—Te dije que era especial.

—¿Qué hay en su piel? Parece que está brillando. ¿Es esto brujería?

Jeinis y Jimbrei se asomaron sobre el bebé e hicieron varios movimientos arcanos con sus manos.

—¡Saquen sus garras de mi bebé! —la princesa abrazó al bebé, defensiva.

—Nosotros no sentimos ningún tipo de magia que rodea al bebé – él es realmente un espécimen sorprendente —Jimbrei concluyó.

—Déjame darle otra mirada, hija.

—Solo si les ordenas a tus secuaces que se alejen.

—Jeinis, Jimbrei, por favor, dejen que la princesa tenga un poco de espacio  —los asesores retrocedieron obedientemente, aunque todavía mirando al niño con abierta curiosidad.

La princesa volvió a mostrarle el bebé a Faraón. Faraón disfrutó de la visión del bebé, pareció calmarse de a poco e incluso alegrarse de mirarlo.

—Es verdaderamente hermoso. ¿Cuál es su nombre?

—Yo lo he llamado Moisés, porque desde el agua lo saqué.

Moisés. Un escalofrío recorrió la espalda de Faraón ante la mención de ese nombre. Egipto aún puede que lamente este día, el Faraón pensó para sí mismo. El día que dejemos a Moisés con vida y lo introdujimos en nuestra casa.

El primer antisemita

ficción bíblica: Génesis Vayehi

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

­josephEmbalmed

El primer antisemita

—Padre —preguntó el chico—, ¿por qué ese ataúd está hecho de metal? Pensé que por lo general eran de cerámica o de madera.

—Eso es muy perceptivo de tu parte, hijo —respondió el padre, mientras seguían al cortejo fúnebre—. Este es un ataúd especial para José, el antiguo Virrey.

—¿Por qué es tan diferente entonces?

—Vas a ver muy pronto. Su entierro será diferente.

—Y hay tanta gente aquí… Nunca he visto tanta gente para un funeral antes.

—Sí, es realmente grande. Creo que el entierro de Jacobo, el padre del Virrey, llegó a ser tan grande como este. Y desde entonces su familia ha crecido aún más.

—¿Qué familia, Padre?

—Pues los hijos de Israel. Ellos se han multiplicado a un ritmo asombroso.

—Lo dices como si fuera algo malo.

—Creo que no es bueno que los extranjeros deban llegar a ser tan poderosos. Ya era bastante preocupante cuando el Virrey tenía tanta influencia y control sobre Egipto.

La procesión continuó hacia los cementerios reales.

—¿Y quiénes son esos hombres viejos que llevan el ataúd?

—Esos son los hermanos del Virrey y sus dos hijos.

—La guardia de honor Real parece más armada de lo habitual, y hay muchos soldados.

—Nuevamente estás siendo muy perceptivo, hijo mío. Eso es muy bueno. Siempre es importante tomar nota de todos los detalles.

Los hermanos querían entrar en la puerta de entrada a los cementerios Reales, pero la guardia de honor, en cambio, los guió hacia el río.

La procesión se detuvo por un momento. Cuando los hermanos se dieron cuenta de que los guardias tenían la ventaja, siguieron hacia el río.

—Ya ves, hijo mío. A veces, sólo una demostración de fuerza es suficiente para evitar el uso de la fuerza, y se puede prescindir de violencia derrochada.

—Sí, padre. Por un momento, sin embargo, me pareció que sería una pelea.

—Era un riesgo. Pero los hebreos son inteligentes. Ellos no pelearían por algo así.

La procesión se acercó a la orilla del Nilo, con la guardia de honor dirigiendo de cerca a los hermanos para que llevaran el ataúd hacia la orilla.

—¿Dónde van a enterrarlo, Padre?

—En el Nilo.

—¿En el Nilo? Eso es tan extraño. Nunca he oído hablar de tal cosa. ¿Por qué en el río?

—Para hacer que su cuerpo sea menos accesible.

—¿Menos accesible? ¿Menos accesible a quién? ¿Para qué?

—Digamos que no sería conveniente si su familia pudiera tener fácil acceso a sus restos.

—¿Pero por qué ? Pensé que el viejo Virrey hizo grandes cosas por Egipto. Me enteré de que él solo salvó el imperio de la hambruna. Este no parece ser un entierro honorable.

—Hmmm. Deben dejar de enseñar historias inventadas. José pudo haber hecho cosas buenas para Egipto en el pasado, pero aún así él era un hebreo. Además, él hizo esas cosas también por su propio interés. Él había sido un humilde esclavo encarcelado antes de que el Faraón anterior lo hubiera elevado de rango, y así terminó invitando a toda su familia a trasladarse a Egipto – y les dio las mejores tierras.

La procesión llegó el agua y los hermanos, bajo la atenta mirada y las lanzas de la guardia de honor, bajaron solemnemente el ataúd al río.

Hordas de hebreos se apresuraron a la orilla, para mirar al ataúd que se hundía rápidamente. Todos señalaban y se miraban los unos a los otros. Prestaron atención a los árboles que los rodeaban y a los caminos y a los paisajes del otro lado del Nilo, como si estuvieran intentando memorizar la ubicación exacta.

—No entiendo, Padre —el muchacho continuó—. Los hebreos siempre han sido leales y ejemplares ciudadanos egipcios. Sé que muchos de los nietos de José permanecen en servicio real y son generalmente los mejores administradores y los soldados más temibles.

—Sin embargo, hijo mío —explicó el padre mientras inspeccionaba todos los hebreos en la orilla—. Ellos son extranjeros. No son nuestros amigos y tú harías bien en recordar eso. Ellos siempre se han mantenido al margen de nosotros, los egipcios, y de nuestra cultura. Ellos desprecian a nuestros dioses, nuestra adoración y prácticas. Y los hebreos que sí abrazan nuestras prácticas… ellos son los peores. Intentan duramente internarse en nuestros círculos, pero no son más que traidores de dos caras. ¡Les temo!

—Sí, padre. Entiendo y oigo lo que dices. Entonces tenemos que encontrar una manera de protegernos de estos hebreos. ¡Son tan numerosos!

—Vamos a tener que encontrar una manera. Ahora que el Virrey ha muerto será más fácil. Pero hará falta tiempo y paciencia. Los otros hermanos no son menos inteligentes de lo que José era, aunque quizá no sean tan sofisticados en las formas de gobierno.

—Como tú digas, Padre.

—Hijo, eres lo suficientemente mayor como para llamarme por mi nombre formal. Debes acostumbrarse a esto.

—Sí, Faraón.

—No hay que olvidar que estos hebreos son una amenaza. Tal vez la mayor amenaza a la que se enfrentará el imperio. Yo me pondré en movimiento, pero puede que termines siendo tú quienes deba enfrentarse directamente a ellos.

—Sí, Faraón. No te voy a defraudar.

José revelado

ficción bíblica: Génesis Vaigash

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

 

joseph_receives_his_brothers_cameoJosé revelado

—Estamos todos listos para ser esclavos de mi señor  —dijo Judá, postrado en el suelo con sus hermanos.

—Tonterías  —el Virrey declaró con una voz extraña—.  El hombre en cuyo poder se encontró la copa —señaló a Benjamín—, él será mi esclavo. En cuanto a ustedes —indicó al resto de los hermanos—, vayan en paz con su padre.

¿Por qué está obsesionado con Benjamín? Judá se preguntó. Acabamos de ofrecerle esclavos fuertes y valiosos, pero él sólo está interesado en Benjamín. Tiene que haber más en esto que lo que podemos ver.

—Por favor, mi señor  —Judá levantó la cabeza, aún de rodillas—, podré yo, tu siervo, hablar unas palabras en tu oído. Y espero que tu enojo no se levante sobre mí, ya que tú eres como Faraón.

El Virrey le indicó a Judá que se acercase a su silla.

Tengo que hacerle entender la dinámica de la familia, pensó Judá. Si él se queda con Benjamín, el hijo que queda de Rachel, ¡padre va a morir! Yo no puedo ser el culpable de que otro hermano sea esclavizado. Sería un destino demasiado cruel.

Judá le repitió al Virrey, en un susurro, la historia reciente de la familia y los sucesos importantes. Le explicó cuán querido era Benjamín para su padre, sobre todo desde la desaparición de José, el primer hijo de su amada Rachel.

Este Virrey es poderoso e inteligente, Judah señaló para sí mismo. A pesar de que actúa de forma extraña. Si él sigue teniendo la intención de adquirir un esclavo, me ofreceré a mí mismo.

—Si regreso a mi padre —Judá declaró— y el joven no está con nosotros, morirá. Su alma está muy ligada al alma de Benjamín. No quiero ser yo quien tenga la culpa de haber llevado el alma de mi padre a la tumba llena de pena.

Judá se detuvo un momento para recuperar el aliento y ver el impacto de sus palabras en el Virrey. Puedo sentir su agitación interior, Judá pensó esperanzado, y sus ojos se están humedeciendo. Tengo que seguir adelante.

—Porque yo tomé la responsabilidad del más joven de mi padre cuando le dije:”Si no te lo vuelvo a traer, entonces yo estaré pecando ante mi padre para siempre”. Ahora, por lo tanto, por favor, déjame quedarme en lugar del joven como tu siervo, mi señor —Judá observó la respiración agitada del Virrey—. Deja que el joven vaya con sus hermanos. ¿Cómo podré regresar con mi padre si Benjamín no está conmigo, para ver cómo se apena por él?

Los ojos del Virrey se abrieron con sorpresa. Él está sorprendido por mi voluntad de cambiar de lugar con Benjamín, Judah concluyó. Su rostro se está desfigurando y retorciendo…

—¡Basta! —el Virrey gritó, arrancando de su cabeza todos sus ornamentos.

—¡Sirvientes! ¡Salgan de la habitación! —el Virrey continuó gritando con los ojos desorbitados.

Judá y sus hermanos estaban confundidos, sin saber qué hacer.

—Ustedes. Quédense —el Virrey señaló los hermanos, apenas conteniéndose a sí mismo.

Todos los guardias y personal de la casa se ​​escabulleron rápidamente fuera de la sala, perplejos por el arrebato inusual de su amo.

Tan pronto como el último criado cerró la puerta de la sala, el Virrey se lamentó:

—¡Aaaaaah!

El grito fue fuerte y potente; parecía hacer eco de un alma torturada. Repercutió en toda la mansión del Virrey y más allá: atravesó el corazón de cualquiera que lo escuchara. Los hermanos se quedaron atónitos y confundidos.

¿Quién es este hombre? Judá se preguntó. ¿Qué hemos desatado?

—Yo soy José —el Virrey les confesó entre sollozos—. ¿Mi padre aún está vivo?

¡Esto no es posible! Judá pensó con asombro. ¡¿José?! ¿Cómo puede ser esto? ¿Después de todos estos años?

Los hermanos se miraron con una mezcla de miedo e incredulidad.

¿Será posible? Judá buscó a los demás con la mirada. ¿José? ¿El hermano al que traicionamos? ¿Ahora es el hombre más poderoso de Egipto? ¿Qué es lo que quiere? ¿Buscará la venganza? ¿Es todo esto una artimaña para castigarnos?

Judá y sus hermanos dieron un paso atrás con aprehensión.

—Por favor, acérquense a mí —José los llamó, al ver su desconfianza—.Yo soy José vuestro hermano —dijo, controlando sus lágrimas—. Soy yo, el que vendieron como esclavo para Egipto. Y ahora, no se aflijan ni se reprochen a sí mismos por haberme vendido, porque Dios me envió hasta aquí antes que a ustedes para que yo fuera su proveedor de alimentos. Porque estos han sido tan solo dos de los años de sequía y hambre en la tierra, y aún quedan cinco años más en los cuales no habrá ni siembra ni siega.

¿Es esto posible? Judá comenzó a recuperarse de su sorpresa y examinó a José más de cerca. Ahora percibo algunos de sus viejos modales. Pero veo cómo ha crecido y madurado. Él ya no es el hijo mimado y vanidoso que echamos. Él todavía es grandioso, pero de una manera fuerte y poderosa. ¡Dios está con él!

José les dijo a sus hermanos acerca de cómo ser vendido como esclavo había sido parte de un plan divino para salvar a la familia de la escasez. Aún así, los hermanos estaban preocupados e inseguros de las intenciones de José.

—Rápido. Vuelvan con nuestro padre y díganle que esto es lo que dijo su hijo José: Dios me ha hecho señor de todo Egipto. Ven a mí, no te demores. Tú podrás vivir en la tierra de Goshen y estarás cerca de mí. Tú, tus hijos, tus nietos, tus ovejas y tus vacas, y todo lo que es tuyo. Y yo cuidaré de ustedes allí – porque habrá otros cinco años de hambre – por lo que no voy a dejar que sean indigentes. Ni tú, ni tu hogar ni todo lo que es tuyo.

¡Quiere ayudarnos! Judá se sorprendió. Él no guarda rencor y busca encargarse de toda la familia. ¡Esto es increíble! Nuestro sufrimiento se ha convertido en salvación y en alegría, aunque haya algunos de mis hermanos no parezcan convencidos. Sé que José también lo percibe.

—He aquí —José hizo un gesto hacia Benjamín—. Sus propios ojos ven, al igual que los ojos de mi hermano Benjamín, que soy yo, su hermano, quien les está hablando.

José se acercó a Benjamín y lo abrazó con fuerza. Las lágrimas corrían ahora profusamente por las mejillas de los hijos reunidos de Rachel.

¡Él es José! Judá afirmó. ¡José está de vuelta! La mano de Dios está claramente presente en todos estos hechos. ¡Es increíble!

Rubén fue el siguiente en abrazar a José, el hermano mayor que había tratado de salvar a José hacía tantos años.

Y entonces José se acercó a Judá. Fue mi iniciativa la de venderlo, Judá pensó con culpa. Yo soy quién creó toda esta angustia.

Pero los ojos de José sólo se llenaron de lágrimas y de amor y de perdón. Su aura parecía decirle a Judá: Estás perdonado, mi hermano. Todo está perdonado.

Hermano, cada uno de ellos pensaban mientras se abrazaban cálidamente.

 

El miedo de Benjamín

ficción bíblica: Génesis Miketz

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

­benjaminCupEl miedo de Benjamín

—No fue tan terrible como me temía —Benjamín exhaló—. De hecho, fue realmente agradable. El Virrey es un generoso anfitrión.

—Sí —añadió Simeón—. Incluso después de que me encarcelaron, me trataron como un huésped real.

Benjamín y sus diez medio-hermanos viajaban con sus burros cargados de grano hacia fuera de la capital egipcia.

—Todo el encuentro fue extraño —advirtió Judá pensativamente—. La conducta del Virrey fue inusual. Primero nos acusó de ser espías, y cuando llevamos a Benjamín nos trató como hermanos perdidos. Su línea de preguntas también era extraña. Muy personales. Creo que él no estaba convencido de Benjamín fuera nuestro hermano. Era como si estuviera tratando de determinar nuestros sentimientos hacia Benjamín. Me pregunto, ¿por qué le importaría?

—Seamos agradecidos de que hemos recuperado Simeón —Reubén aconsejó—. No hay necesidad de buscar nuevas preocupaciones. Démonos prisa para volver a casa a Canaán y dejar este episodio atrás.

Estando de acuerdo con Reubén, Benjamín miró hacia atrás como si fuera a dar un último adiós a la capital.

—¿Qué es esa nube? —se preguntó, perplejo.

Se está moviendo hacia nosotros rápidamente, pensó Benjamín.

Todos los hermanos se dieron vuelta.

—No es bueno —dijo Judá.

—Se trata de un ejército —señaló Simeón.

Sí. Es el polvo que levanta un pelotón al moverse rápido. El corazón de Benjamín latía más rápido.

—¿Tal vez es un nuevo despliegue de tropas? —dijo Reubén, esperanzado.

—No. Es un ejército en persecución —declaró Judá.

—¿A quiénes están persiguiendo? —preguntó Benjamín nerviosamente.

—En vista de que no hay otros grupos en este camino que hayan tenido trato con los gobernantes, sospecho que nos persiguen a nosotros —concluyó Judá.

—Corramos —Simeón instó.

—Nuestros burros nunca podrán dejar atrás a sus caballos —Judá contestó—. No hemos hecho nada malo, aunque estoy preocupado. Formen un perímetro alrededor de Benjamín, y sigamos nuestro camino casualmente, como si no pasara nada.

—No necesito protección especial —Benjamín protestó débilmente. ¿Me dejarán solo a la primera señal de problemas? Mis hermanastros tienen una historia de traición hacia los hijos de Rachel.

—Le prometí a Padre tu seguridad —respondió Judá—. Si algo te llegara a suceder a ti, hijo de su amada Rachel, Padre probablemente moriría de la pena. Él no tomaría ese tipo de noticias del resto de nosotros tan mal como si te pasara algo a ti.

Benjamín asintió con la cabeza mientras sus hermanos lo rodearon en sus monturas. Judá es un hombre de palabra, y el resto podría seguir su ejemplo.

Momentos después una caballería de cien hombres fuertes los rodearon. Eran liderados por el capitán del Virrey, el joven y autoritario Menashé.

—¡Deténganse, bandidos! —Menashé gritó mientra cien lanzas apuntaban a los hermanos.

—¿Por qué se dirige a nosotros así, mi Señor? —Reubén preguntó.

—¿Por qué han pagado con mal a la generosidad de mi amo? —Menashé replicó coléricamente—. Ustedes han robado su preciado recipiente para beber. ¿No esperaban que él descubriera su ausencia? Le han hecho un mal.

—Dios no quiera que sus humildes siervos hicieran tal cosa —respondió Reubén—. Ya hemos devuelto el dinero que fue colocado por error en nuestras bolsas. ¿Cómo podríamos tomar algo de la casa de tu amo, ya sea de plata o de oro? ¡Revísanos! Si hallas que alguno de nosotros tiene un objeto robado, que sea condenado con la muerte, y el resto seremos esclavos.

—Será como usted diga —sonrió Menashé—. Aunque no vamos a ser tan duros como tú sugieres. La simple justicia egipcia bastará. El ladrón se convertirá en mi esclavo y el resto de ustedes será libre de partir.

Reubén descargó su pesada bolsa de arpillera de su burro, la colocó en el suelo y la abrió para que Menashé la inspeccionara. Cada uno de los hermanos repitieron a su vez el gesto.

Menashé desmontó de su orgulloso caballo egipcio y, al amparo de las lanzas de la caballería, se acercó a las bolsas. Cogió una espada corta de su lado derecho y la metió en el bolso abierto de Reuben. Hizo girar el cuchillo en la bolsa para oír el silbido de grano en el acero.

Menashé repitió los movimientos con cada uno de los hermanos siguientes: Simeón, Leví, Judá, Gad, Asher, Yisajar, Zebulun, Dan y Naftalí. Los hermanos se relajaron, sintiendo que estaban siendo probados inocente de esta acusación injusta. Judá estaba más cauteloso, percibiendo problemas.

Menashé clavó su espada en el costal de Benjamín. Un “clink” se escuchó claramente cuando el metal del puñal tocó otro metal. Menashé hundió su mano en la bolsa de granos y reveló triunfante la copa de plata del Virrey.

Los hermanos se quedaron sin aliento. Rasgaron sus vestiduras en señal de pena. Benjamín no podía creerlo. Simeón susurró con rabia:

—Ladrón, ¡hijo de una ladrona! Al igual que tu madre era una pequeña bandida, así has salido.

Simeón siempre fue el más áspero, Benjamín intentó luchar contra su desesperación. No puedo dejar que ponga a mis otros hermanos en contra mío.

—No me hables de mentiras y juegos sucios —Benjamín siseó—. ¿Acaso fui yo el que vendió a José como esclavo? ¿Quién engañó a nuestro Padre? No presumas mostrar justicia conmigo, Simeón. Soy tan libre de culpa de este robo como lo estoy de la venta de José. Esto no es obra mía.

—No tengo por qué soportar una disputa familiar —Menashé interrumpió—. ¡Tú, Benjamín! Ven conmigo. Voy a ser un firme maestro, mi nuevo esclavo. El resto de ustedes pueden retirarse.

Esto es todo. Este es el momento de la verdad. ¿Acaso mis hermanos traicionarán nuevamente a un hijo de Rachel? ¿Mostrarán que aún son unos hermanastros celosos?

Nadie se movió. Los hermanos miraron fijamente a Menashé y luego de nuevo a Benjamín. No parecieron reaccionar ante la situación.

—¿Están podridos sus cerebros, hebreos? —Menashé gruñó—. ¿No me han oído? Aléjense de mi esclavo, así puedo tomar lo que me pertenece por ley. El resto de ustedes son libres de irse.

¡No me dejen! Benjamín les quería hablar con el pensamiento. ¡Si me dejan, todos vamos a caer! Voy a convertirme en un esclavo, Padre moriría de la angustia y la familia se vendría abajo. No dejen que la familia de Israel termine antes de haber comenzado.

Menashé hizo señas a sus tropas y el anillo de lanzas se hizo más fuerte alrededor de los hermanos. Instintivamente, los hermanos rodearon a Benjamín en una formación más cerrada, cada uno con su espalda hacia el menor, de cara a los soldados.

Mis hermanos están conmigo. Benjamín se sintió esperanzado.

Las lanzas se abrieron y señalaron hacia el norte.

—¡Hijos de Jacobo! —Menashé comandó—. Ahora están interfiriendo en mi negocio. Por favor, dejen a mi nuevo esclavo. Supongo que no quieren hacer problemas con mis tropas. Además, si alguna vez quieren comprar más grano de Egipto, le recomiendo que dejen todo esto inmediatamente, sin más demora o resistencia.

No me dejen. Benjamin oró. ¡Judá, por favor, debes decir algo!

—Todos vamos a regresar con Benjamín —Judá dijo, parándose alto.

—Eso no es necesario ni preferible —Menashé respondió, tratando de ocultar una sonrisa.

—Sin embargo, insistimos —Judá reafirmó—. Vamos a ir juntos, o usted tendrá una pequeña pelea en sus manos.

Al escuchar esas palabras todos los hijos de Jacobo dieron un paso hacia adelante, con sus espadas desenfundadas. Las lanzas se movieron hacia atrás con aprensión.

—No voy a correr el riesgo de dañar mi nueva adquisición —Menashé estaba sorprendido por la determinación de los hebreos—. Los escoltaremos a todos ustedes de nuevo hasta el Virrey, donde él decidirá a su juicio.

Con otro movimiento de la mano de Menashé, las lanzas se abrieron camino hacia el sur y se cerraban en la parte norte, empujando a los hermanos de vuelta a la ciudad.

—Nosotros no te abandonaremos —Judá le susurró a Benjamín—. Nunca te abandonaremos. Nunca más volveremos a traicionar a un hermano.

Y luego, en voz baja y para sí mismo, Judá continuó: ya he cometido ese error una vez.

El abogado egipcio de José

ficción bíblica: Génesis Vayishlaj

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

­dorePharaohSmallEl abogado egipcio de José

—Ejecuten al esclavo —Faraón entonó, mientras tomaba delicadamente un sorbo de vino—. ¿Por qué es necesario molestarse por un caso tan común?

—Es esclavo de Potifar —respondió el Sumo Sacerdote—. El propio Potifar pidió esta audiencia.

—Curioso… —Faraón respondió, levantando los ojos de su copa de plata—. Entonces háganlo pasar.

Un guardia real anunció solemnemente:

—El Gran Chambelán, Potifar.

Otros dos guardias abrieron las altas puertas —incrustadas de oro— de la sala de audiencias públicas del Faraón.

Potifar, que había estado esperando en la antecámara, entró más lento que lo habitual. Él era llamado a menudo a la sala con fines comerciales. Esta era la primera vez que se acercaba al Faraón con un tema tan sensible y personal. Potifar vio las filas de sacerdotes acompañantes sentados a ambos lados del recinto. Vio a los eunucos de pie, sosteniendo grandes ramas de palmera, en cada extremo de la larga cámara revestida de mármol. Estaban constantemente abanicando el espacio, creando un ambiente mucho más fresco que el calor abrasante del exterior. Potifar pasó por delante de las estatuas de faraones anteriores y otras figuras de la historia de Egipto. Se acercó al trono. A tres pasos de distancia se dejó caer de rodillas y realizó el homenaje habitual.

—¡Dios te salve, Faraón! ¡Rey y Señor!

—Dios salve al Faraón —los sacerdotes corearon—. Rey y Señor.”

—Potifar  —Faraón hizo señas para que se levantara— ¿Por qué nos molestas con un crimen tan sencillo? Mata al esclavo y termina con esto.

—No es tan simple, oh Faraón —Potifar se aclaró la garganta— No estoy seguro de que el esclavo sea culpable.

—No entendemos el problema —dijo el Faraón, en un tono perturbado—. Tu esposa, esposa del Gran Chambelán, acusa a un humilde esclavo de acoso y estamos aquí sentados… ¿discutiendo su inocencia? Mátalo y consigue un nuevo esclavo.

—¿Acaso el Maestro de Justicia —interrumpió un sacerdote desde un lado—, no buscará la justicia?

—¿Quién es este perro insolente? —Faraón le preguntó al Sumo Sacerdote—. ¿No puedes controlar a sus propios sacerdotes?

—Yo no soy más que un humilde servidor —el sacerdote atrevido continuó con una perfecta reverencia—, listo para servir al Faraón en este caso, para que pueda llegar a una solución racional y verdadera. De esta manera, todos los súbditos de su reino sabrán una vez más la divinidad de su sabiduría y su poder.

—Continúa, sacerdote —Faraón se sentó, algo aplacado.

—La esposa de Potifar, Zelichah, ha acusado al esclavo de su casa de acosar de ella. El mismo Potifar duda de esto. Puede ser útil examinar los reclamos con más detenimiento para llegar a un entendimiento más profundo de la verdad.

—Potifar —preguntó el sacerdote— ¿hubo testigos que declararan a este supuesto ataque?

—No.

—Entonces es la palabra del esclavo contra la de su mujer —intervino Faraón—. Está claro que escucharemos a la mujer.

—Eso se hará, a menos que, oh Faraón —el sacerdote continuó—, exista una razón para creer que Zelichah no está diciendo la verdad.

—¿Por qué habría de mentir sobre un asunto tan importante? —preguntó Faraón.

—¡Oh Hijo del Cielo! —el sacerdote hizo un gesto dramático—. Faraón, de todas las personas, sabe que no todo es como parece. Faraón ya puede percibir que hay un misterio en este caso, que sólo la mente brillante del Faraón puede descubrir.

—Sí  —el Faraón se animó—. Hablas con la verdad, sacerdote. Vamos a llevar luz a este misterio, a donde ningún mortal puede. Debemos determinar qué fue lo que realmente sucedió. Puede que no sea como ella dice.

—Al hacer las preguntas correctas —continuó el sacerdote—, al pensar lo que nunca mortal podría pensar, Faraón revelará la verdad.

—¿Cuándo ocurrió, teóricamente, este ataque? —Faraón le preguntó a Potifar.

—Ayer.

—Ayer fue el desbordamiento del Nilo —Faraón pensó en voz alta—. Todo el reino estaba en la celebración en las orillas del río. Eso explicaría por qué no hubo testigos. Un día conveniente para los traviesos.

—¿Su esposa presentó alguna prueba de este ataque? —Faraón indagó más profundo.

—Sí  —respondió Putifar—. Ella tiene la ropa del esclavo que ella afirma que se quitó antes de su ataque.

—Eso es un mal augurio para él —Faraón dijo, mirando al sacerdote en busca de orientación—. ¿Por qué se desnudaría el esclavo en su presencia, a menos que fuera con intenciones deshonrosas?

—Debemos examinar su ropa —sugirió el sacerdote.

—Sí. Excelente idea  —Faraón exclamó—: Traigan la ropa del esclavo.

—Y la de ella también —agregó el sacerdote.

—¿La suya también? —Faraón estaba confundido— ¿Por qué necesitaríamos su ropa?

—Se puede aprender mucho de los tejidos que fueron testigos de los hechos reales —explicó el sacerdote.

—Por supuesto —estuvo de acuerdo Faraón—. Trae la ropa que la mujer llevaba en el momento del ataque reportado —el faraón ordenó a un guardia que estaba cerca—. Asegúrese de recibir la verificación de otra persona de la casa de que son de hecho las prendas correctas. Y sé rápido al respecto  —añadió Faraón emocionado—. Nosotros los dioses no tenemos tiempo para siempre.

El guardia salió corriendo de la sala.

—Mientras tanto, ¿qué más podemos descubrir sobre el caso? —preguntó Faraón , deseoso de progresar—. ¿Dónde están tu mujer y el esclavo ahora?

—En la antecámara.

—¡Maravilloso! —Faraón aplaudió con alegría—. ¿Con quién deberíamos empezar?

—Con el esclavo —ofreció el sacerdote.

—¿Por qué el esclavo ? —Faraón miró al sacerdote con suspicacia.

—Faraón ya sabe lo que afirma Zelichah, pero todavía tiene que escuchar el esclavo —explicó con calma el sacerdote—. Tal vez el esclavo admita su pecado, lo que solucionaría rápidamente este caso.

Faraón parecía ligeramente abatido por el pensamiento.

—O tal vez revelará algo de información nueva que sólo la mente perspicaz de Faraón podrá percibir. Faraón tendrá entonces la oportunidad de probar sus sospechas, y volver a examinar las alegaciones de Zelichah.

Faraón asintió con la cabeza.

—Hagan entrar al esclavo —comandó.

José entró en el pasillo. Llevaba una simple túnica de esclavo. Miró con curiosidad a las estatuas y se detuvo brevemente en una como si la reconociera. Continuó haciendo su camino hacia el trono. Todos los ojos lo miraban impasible, especialmente los de Faraón.

—Pedimos que entre el esclavo —Faraón preguntó confundido—,  ¿quién es este principito guapo?

A Faraón efectivamente le parecía apuesto José, quizás el hombre más bello que jamás había visto. Y además le parecía inquietantemente familiar.

—Yo soy José. Esclavo a Potifar. Soy hebreo, traído a la fuerza desde Canaán.

Un murmullo de incredulidad se agitó entre los sacerdotes.

—¡Un hebreo! —Faraón preguntó con una mezcla de repulsión y curiosidad—. ¿Pero tan atractivo? Te ves más como un hombre de ascendencia real que un esclavo.

—Yo soy el bisnieto de Abraham, a quien se recordará por haber visitado a tu ancestro hace más de un siglo.

—¡Abraham! ¿Será posible?

Para sorpresa de todos Faraón saltó de su trono y caminó hasta José. Lo tomó por el brazo, y con fuerza lo arrastró por el pasillo, hacia la entrada.

Los guardias alrededor rápidamente siguieron a su señor. Los sacerdotes salieron de sus sillas y también siguieron la extraña procesión. El Sumo Sacerdote y Potifar los alcanzaron y se pararon cerca de Faraón. Los eunucos se quedaron en sus lugares, abanicando mecánicamente la habitación.

Faraón se detuvo junto a una de las estatuas femeninas y colocó a José a su lado.

—¡Es cierto! ¡Eres la viva imagen de ella!

—¿Quién es ella ? —preguntó Potifar.

—Esa es la estatua de Sara. La leyenda cuenta que ella fue la consorte de nuestro predecesor por un corto tiempo. Era considerada la mujer más bella del mundo. Fue nuestro tatarabuelo que encargó su estatua como un recordatorio de su extrema belleza.

La multitud reunida miró a José y luego nuevamente a la estatua de Sara. Ambos estaban claramente relacionados; sus apariencias tan similares no podían ser una coincidencia. La fina forma de la nariz. La frente despejada. Los pómulos altos. Los ojos almendrados. Los labios firmes. Incluso el cabello rizado era idéntico.

—¡Qué curioso misterio! —Faraón exclamó—. ¡Tu esclavo acusado no es otro que la encarnación de Sara! ¿Por qué está todo el mundo de pie alrededor? ¡Vuelvan a sus puestos!

—¿Me dices tu nombre de nuevo? —Faraón se volvió a José mientras los sacerdotes y los guardias se deslizaron nuevamente a sus lugares.

— Yo soy José, oh Faraón.

—Sí, sí. José. Vamos a continuar con esta investigación —Faraón se acercó de nuevo a su trono con José; Potifar y el Sumo Sacerdote estaban cerca. Faraón se sentó de nuevo con un ademán ostentoso.

—Esclavo —el Faraón se dirigió a José—, ¿es cierto o no es cierto que has acosado a la mujer de Potifar?

—Yo no acosé a la señora de mi amo, oh Faraón.

—¿Por qué le dicen lo contrario?

—No puedo decir, oh Faraón —José miró significativamente a Potifar.

—Ustedes saben que el castigo a un esclavo atacar a un maestro es la muerte —explicó el Faraón—. Si no se produce una explicación viable, no tendremos más remedio que ejecutarte, por más bonito que puedas ser, y a pesar de tener un linaje ilustre.

—Yo sólo puedo adivinar las motivaciones de la mujer de mi amo en acusarme cuando estoy libre de culpa. Sin embargo, si yo fuera a hablar mal de ella, puede deshonrar a mi amo que ha sido tan bueno y amable conmigo.

—Hermoso y honorable —apuntó el sacerdote audaz, al regresar de las líneas laterales.

—Es cierto —señaló Faraón—. Pero no ayuda a su causa ni a sus posibilidades de sobrevivir. Puede retirarse. ¡Traigan a la esposa de Potifar!

José fue bruscamente escoltado fuera de la cámara. Unos momentos más tarde Zelichah entró.

La guardia real anunció formalmente:

—Zelichah, esposa del Gran Chamberlain.

Zelichah deslizó por el pasillo en un vestido ceremonial, austero y recatado. Se inclinó junto a su marido.

—Zelichah  —Faraón le indicó que se levante—. ¿Por qué afirmas que tu esclavo te acosó?

— Porque lo hizo, oh Faraón —Zelichah respondió con una mezcla de orgullo y dolor.

—Tenemos razones para creer que puede ser inocente.

—¿Inocente? Yo he comprobado lo contrario, oh Faraón. El siervo ha estado mirándome desde el día que llegó. Esperó pacientemente hasta que la casa estaba vacía, me atrajo a mi habitación y luego me atacó. Tengo la evidencia de sus ropas, que entiendo que Faraón ha convocado tan sabiamente. Yo era su presa.

—Tal vez la presa fue realmente el cazador —el sacerdote le susurró a Faraón.

Faraón miró desconcertado al sacerdote, mientras trataba de dar sentido a sus palabras.

—¿Qué mujer podría resistirse a la belleza extrema que acabamos de presenciar? —el sacerdote continuó en voz baja—. Puede que realmente haya existido un encuentro entre José y Zelichah ayer, pero que los roles hayan sido los contrarios.

—¡Pruébalo! —Faraón golpeó en su trono— . Está muy bien jugar a buscar la inocencia de un esclavo, pero acusar a una mujer de la alta nobleza de adulterio es un juego peligroso.

En ese momento el guardia enviado volvió con dos prendas en la mano. Se acercó a Faraón con ellos.

—Tiempo divino —el sacerdote dijo para sí mismo—. Oh Faraón, si le preguntáramos a la señora y el esclavo de llevar sus prendas de vestir del momento en cuestión, se podrá obtener un mayor conocimiento de los hechos.

—¡Que así sea! —Faraón tronó, perdiendo la paciencia.

El guardia le entregó el vestido Zelichah, quien salió tras él.

Unos minutos más tarde ambos Zelichah y José entraron en la sala y se dirigieron hacia el trono.

—Zelichah, si se me permite —el sacerdote preguntó — ¿por qué no estabas participando en las celebraciones por el desbordamiento del Nilo ayer?

—Yo estaba enferma.

—¿Y este es tu atuendo habitual cuando estás enferma? Tu vestido revela más de lo que esconde. Yo creo que a excepción de los eunucos, ningún hombre puede evitar sentirse atraído por tu belleza evidente y desbordante. Oh Faraón, este vestido tiene un solo propósito: la seducción.

—Eso no es una prueba.

—Es cierto. Pero es una indicación. Vamos a examinar más a fondo. También tenga en cuenta que la ropa de Zelichah está en excelentes condiciones, no tiene nada que haga alusión a ningún tipo de violencia. La prenda de vestir del esclavo, sin embargo, está rasgada. Es posible argumentar que en su arrebato de pasión, el esclavo rasgó su propia ropa, pero vamos a examinar cuidadosamente la parte rota. Oh Faraón, si Faraón lo desea, por favor toma la ropa del esclavo en la parte que está rasgada.

Perplejo, el Faraón se bajó del trono, se acercó a José y le agarró la prenda donde el sacerdote pidió.

—En la opinión divina del Faraón, ¿podría la rasgadura haber sido hecha por él mismo?

—No. El desgarro está en la parte posterior. Él no podría haberlo alcanzado por sí mismo.

—Eso elimina la posibilidad de que el esclavo se arrancó la ropa a sí mismo por pasión —el sacerdote dedujo—. Tal vez quedó atrapado en algo, tropezó y se rompió.

—Eso no es posible tampoco —señaló Faraón—. Esta prenda fue arrancada por una mano humana.

—Deducción celestial, mi querido Faraón. Entonces, si no lo hizo él mismo, y no fue un accidente, y no había nadie más en la casa en ese momento, sólo hay una persona que podría haber arrancado el vestido. ¡Zelichah! La pregunta ahora, sin embargo, es ¿por qué? ¿Hizo estragos en la prenda en un esfuerzo de auto- defensa?

—¡No! —Faraón exclamó con entusiasmo—. El desgarro se realizó tirando de la prenda. Eso significa que el esclavo se estaba alejando de la mujer cuando ella lo rompió. ¡El esclavo es claramente inocente!

—Y la mujer por lo tanto, es una ad…

—¡Basta! —Faraón paró al sacerdote—. Basta con que el esclavo es inocente. No necesitamos manchar su nombre ni el de su marido. Además, esta cuestión no puede ser revelada, y el esclavo no puede quedar impune, para que otros no se descubran la verdad. ¿Qué vamos a hacer con él? ”

—¡Que vaya a la cárcel!—ofreció el Sumo Sacerdote.

—Sí  —estuvo de acuerdo Faraón— , la cárcel es sin duda mejor que la ejecución.

—Tal vez la cárcel real —susurró el sacerdote atrevido a Faraón—. Éste requiere una estrecha vigilancia en algún lugar cercano.

Faraón asintió y señaló su secretario.

—Hemos decidido que el esclavo conocido como José se colocará en nuestra prisión real —anunció el Faraón con un poco de pompa—. Cualquier palabra de este caso, por más gratificante que haya sido para nosotros resolverlo, no saldrá de esta sala, bajo pena de muerte. De esta manera, la verdad se revela y se hará justicia.

Faraón se volvió hacia el sacerdote, pero él ya no estaba allí.

—¿Dónde está el sacerdote ? —preguntó el faraón, al no verlo en cualquier lugar de la sala. Todas las cabezas de la sala se volvieron a buscarlo, pero el sacerdote audaz no estaba a la vista.

—¿Quién era? —le preguntó Faraón al Sumo Sacerdote.

—No sé, Majestad —contestó el Sumo Sacerdote nerviosamente—. Nunca lo habíamos visto antes.

—Es una lástima —Faraón respondió con indiferencia, bebiendo nuevamente de su vino—. Habría sido un buen consejero.

La táctica de Raquel

ficción bíblica: Génesis Vavetze

Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com

La táctica de Raquel

jacob-rachel-and-leah-by-raphael-largeRaquel puso su cuchillo de cortar en su cinturón. Pasó sus dedos a través de la espesa lana de las ovejas mientras escuchaba a Jacobo, que estaba parado en medio de su rebaño. Le encantaba el rico aroma de los animales dóciles.

—Es un acuerdo, entonces—Jacobo dijo a Raquel y a su hermana Lea.

Lea; co-esposa, socia, aliada y hermana, todo en una. Ahora que Raquel había dado a luz a José, las viejas rivalidades y celos menguaron.

—Nos vamos por la mañana —continuó Jacobo—. Por favor, empaquen sus pertenencias y preparen a los niños. No sé si volvemos alguna vez a la casa de tu padre.

Los tres echaron una ojeada a través de las llanuras arameas y  miraron el recinto de Labán en la distancia. Raquel recordó que antes de la llegada de Jacobo había sido una simple casa de ladrillos de barro. Ahora, veinte años después, se había convertido en una mansión de piedra, con una serie de casas de adobe más pequeñas y grandes establos. Es todo obra de Jacobo, pensó Raquel. Y mi padre lo robaría todo de nuevo.

Raquel y Lea caminaron de regreso al complejo en silencio, con el sol poniéndose a la distancia. Raquel sabía que el disgusto de Lea por su padre reflejaba el suyo propio. Eran poco más que esclavas para él. Y también lo era Jacobo. Fuerte y honesto, el trabajo duro de Jacobo había construido la riqueza del padre de Raquel y Lea, pero aún así él era tratado apenas mejor que una bestia de carga. Eran las reglas de su pueblo: mientras Labán fuera el amo, todos ellos le pertenecían. Huir no los haría libres. Laban los seguiría. Él traería sus ídolos en la mano y exigiría que todos regresen a él por la ley.

Los ídolos, esos aborrecidos ídolos. Raquel se preguntó si Labán controlaba los ídolos o si tal vez fuera al revés. Ella tenía que poner sus manos en esos ídolos. Tenía que quitar los ídolos del control de Labán y con ello romper la esclavitud eterna. Su hijo José debería crecer libre.

El sol se hundió en el horizonte y la luna llena tomó su lugar en el cielo. Cuando Raquel y Lea alcanzaron los recintos, se saludaron con una inclinación de cabeza y se fueron cada una a sus aposentos privados. Raquel pasó por delante de su propia puerta y continuó hasta el Templo privado de Labán. Labán está a varios días de distancia, pensó. No se habría llevado a sus ídolos a la esquila de su rebaño lejano. Tienen que estar aquí en su Templo.

Raquel se dirigió a la parte posterior del recinto donde el Templo estaba en pie. Bendijo la luna llena por iluminar su camino en la noche oscura. Un gato negro salvaje chilló repentinamente. Raquel dio un salto atrás con miedo.

—Maldito gato —murmuró, temblando—. Me has dado un susto de muerte.

Raquel se acercó al Templo. Era una estructura de tierra circular, cubierto con una cúpula sencilla. El diámetro del Templo era de la longitud de dos hombres, al igual que la altura. Raquel se recordó de Labán construyendo cuidadosamente la estructura del mismo, mientras lanzaba hechizos y protecciones para sus ídolos. La puerta del Templo estaba en el lado este, hacia el sol naciente, con ventanas abiertas en los otros tres puntos cardinales.

Raquel se acercó cautelosamente a una de las ventanas y miró en su interior. Una vela solitaria ardía siempre en un brasero que colgaba del techo. Sobre un pedestal de piedra en el centro del Templo, Raquel pudo ver los ídolos. Ambos estaban en el pedestal. Estaban a menos de la distancia de un brazo de altura. Había una estatuilla dorada de un hombre, tallada con exquisito detalle, junto a una estatuilla similar pero de plata. Si uno miraba el tiempo suficiente, se podría pensar que estaban vivos. Eso no es lo que le preocupaba a Raquel. Lo que la turbaba era el dominio que estos ídolos representaban.

El dueño de los ídolos era el dueño de su fortuna. Le daba el derecho a la tierra, a los esclavos y rebaños. Los ídolos se pasaban de padre a hijo. Un hombre libre arameo necesitaba recibir su propio ídolo de su amo. Labán no liberaría a Jacobo, ni tampoco el justo Jacobo aceptaría un ídolo a cambio de su libertad. Por ley aramea, Jacobo y sus descendientes por siempre serian esclavos. A Jacobo no le importaba esta ley, y se iría a pesar de ella. Pero Raquel no aceptaría esto. No quería que esta condena pesara sobre su José.

En el suelo del Templo una forma negra y sinuosa se deslizó alrededor del pedestal. Tenía el grosor de un tronco de árbol, y en algunos momentos Raquel fue capaz de ver a través de su cuerpo la tierra que había debajo. Un demonio, pensó con alarma. Esa es la forma en que los ídolos están protegidos. ¿Cómo puedo pasar a través de él?

Raquel encontró la cabeza de la forma deslizante. Dos brillantes ojos rojos iluminaban su rostro. No tenía nariz ni orejas. Sólo esos ojos profundamente hundidos y una boca ancha que ocupaba la mitad de su cabeza. Le recordaba a una anguila gigante, excepto que ella podía ver los brazos y las piernas largas descansar a los lados del cuerpo del demonio. La forma se movía dentro y fuera del estado de solidez, demostrando así su origen demoníaco.

¿Cómo puedo engañar al demonio? Raquel se preguntó. ¿Atraparlo? ¿Distraerlo? ¿Qué sabía ella acerca de los demonios? Su padre nunca le había enseñado ningún sortilegio. Pero a menudo le gusta alardear de cómo capturaba a los demonios y los controlaba. Sangre. Sí. Les gustaba la sangre. Ellos eran adictos a la sangre. Seguirían el olor de la sangre fresca y festejarían por él. En agradecimiento obedecerían sus deseos.

Raquel se retiró en silencio del Templo y examinó el suelo con cuidado. Entonces lo vio. El gato estaba sentado frente a uno de los edificios, lamiendo sus patas. Con una velocidad nacida de la desesperación Raquel se abalanzó sobre el gato, con los brazos extendidos. El gato se escapó de su mano derecha, pero ella cogió el gato por el cuello con su izquierda. El gato chilló y arañó el brazo de Raquel. Ella golpeó la cabeza del gato en el suelo, sacó su cuchillo de corte y rebanó el cuello del gato. La sangre fluyó rápidamente en el suelo.

Raquel corrió hacia el Templo y se paró detrás de una estructura. Un momento después, la puerta del templo se abrió y el demonio negro se deslizó fuera. Raquel corrió hacia el Templo. Se detuvo en la entrada, en busca de nuevas trampas o defensas. Se dio cuenta de una gruesa capa de polvo alrededor del pedestal central. Dio sutilmente un paso hacia adelante y sintió una sensación de ardor a través de sus sandalias de cuero. Sacó el pie hacia atrás y miró fijamente al suelo. Vio un contorno de huellas en el polvo. Puso sus pies sobre la huellas y de esa forma no sintió dolor. Pisó las huellas sucesivas y llegó al pedestal ilesa.

El ídolo de oro la miraba fijamente. Era hermoso. Rara vez había visto un objeto hecho por el hombre que fuera una obra tan fina. Raquel cogió el ídolo, sólo para llorar de dolor mientras el ídolo quemaba los dedos de su mano derecha. Se arrancó la tela de la parte inferior de la falda, envolvió el tejido de lana alrededor de los dos ídolos y los sacó del pedestal. Raquel se apartó, cuidadosamente pisando las huellas para volver para atrás. Llegó a la puerta y dio un suspiro de alivio.

Cuando se volvió y se alejó, una mano oscura atrapó su tobillo y tiró de ella hacia la puerta del Templo. Raquel se aferró a la estructura de la puerta con los ídolos todavía envueltos y apretados en su mano izquierda.

—Me has engañado, hija de Labán —el demonio siseó desde el suelo.

—Yo te di de comer sangre, demonio. Libérame. Esa es mi petición.

—¿Crees que somos tontos, humana? Estamos vagamente obligados. La sangre me atrajo, pero no fue suficiente para subyugarme. Mi tarea era proteger a los ídolos y he fallado. Aunque seas una ladrona, tú eres ahora el amo de los ídolos. Pero no te irás ilesa.

—Entonces obedéceme, demonio. Yo soy el amo ahora. Libérame y vuelve a tu vigilia circular.

—Te voy a liberar, pero me has avergonzado. Por eso deberás pagar. Ningún ser humano puede avergonzar a un demonio y tener una larga vida para contarlo. Pongo una maldición de muerte sobre ti.

—Os di a beber sangre, soy el amo de los ídolos ahora, yo soy la hija de su antiguo amo. ¿Cómo te atreves a maldecirme? Cesa este absurdo en este momento y déjame ir.

—Voy a dejar que te vayas, joven Raquel. Incluso te concederé un último deseo. Nombra tu deseo y me aseguraré de que se cumpla antes de que mueras.

—No acepto tu maldición, demonio. Aunque si pudiera tener un último deseo antes de morir, sería el de tener otro hijo.

—Así será. Ahora quédate quieta mientras canto tu destino.

El demonio, todavía con el tobillo de Raquel en sus manos, acurrucó su largo cuerpo como una bola y miró a Raquel con los ojos de color rojo brillante. Cantó en un profundo estruendo.

“O, engañador del engañador,

Has superado al hijo de Betuel.

Hermosa, la más joven, Raquel,

La reina de lo que será Yisrael.

Madre de los guerreros y reyes,

Nombre por siempre venerado.

Riqueza y honor para tu progenie,

Lucha y batalla con los parientes de su hermana.

Uno más veréis, niña de la tristeza,

Hijo de tu mano derecha,  hijo de la fuerza.

José deberá gobernar un imperio,

Y acelerar el exilio.

Tú deberás montar guardia sobre sus hijos

En su largo regreso a casa.

No ver en este mundo,

Una fuerza entre los justos.”

El demonio soltó el tobillo de Raquel.

Raquel volvió a su habitación, temblando. Lo hice, pensó. Tengo los ídolos. José será libre. Los hijos de Jacobo e incluso los de Lea serán libres. Tenemos que salir con la primera luz, antes de Labán se entere.

Pero ¿qué pasa con la maldición de la muerte?, se preguntó.

Raquel sonrió. Si mi último deseo se hace realidad, me daré por satisfecha.

La crisis de Rebecca

ficción bíblica: Toldot

traducido del Inglés por Caro Cynovich 

La crisis de Rebecca

doreIsaacBlessingligtLas palabras de la profecía resonaron en la cabeza de Rebecca. Ella había guardado esas misteriosas palabras en su corazón desde antes del nacimiento de los mellizos. No habían hecho nada para consolar su dolor, sino que sólo alimentaron su confusión y temor. Rebecca miró hacia la entrada de la tienda de Isaac con ansiedad, las palabras resonando en su mente:

“Dos pueblos hay en tu seno;

dos naciones desde tu interior estarán separadas;

una nación se fortalecerá más que la otra nación,

Y el mayor servirá al menor”

Rebecca no podía soportar la tensión mucho más tiempo. Esaú, su hijo mayor, se acercaba a la tienda de ciego Isaac, mientras que después de lo que pareció una eternidad, Jacob, joven, dulce Jacob, aún no había salido.

Se sentó discretamente y en silencio fuera de la tienda de Isaac. Esaú bruscamente abrió la puerta de la tienda y entró, pero todavía no se veía a Jacob. Rebecca contuvo la respiración ante la explosión inminente. Ella sabía cómo funcionaba el temperamento de Esaú. Esaú entendería inmediatamente que Jacob lo había suplantado, y la farsa habría terminado. Las bendiciones pueden de hecho convertirse en una maldición, tal vez incluso violenta, como Jacob había temido.

Entonces, desde el interior de la tapa de la carpa, Jacob salió inadvertidamente y en silencio, alejándose del área.

Gracias, Dios. Rebecca pensó con gran alivio. Jacob recibió la bendición que Isaac destinado a Esaú, sin ser descubierto.

La creciente agitación de Esaú se escuchó claramente desde el exterior. La confusión que emanaba de la tienda era palpable. Fue entonces que se escuchó un grito que podría retorcer huesos.

—¡¡Nooooooo!! —gimió Esaú.

¿Qué he hecho? Rebecca se preguntó.

No podía creer lo que oía. Su fuerte y contundente hijo Esaú comenzó a llorar con un amargo y profundo grito que le heló la sangre.

—No tienes más que una sola bendición, ¿padre? —Esaú rogó—: ¡Bendíceme también a mí, padre!

Lo siento, hijo mío. Rebecca se dijo a sí misma. No tenía otra opción. La profecía debe cumplirse. Tú realmente no es digno de ser el heredero de Isaac. “El mayor servirá al menor”.

Isaac le otorgó alguna bendición improvisada a Esaú. Esaú se fue de la tienda de su padre hecho una furia, con asesinato en su mente. La sangre abandonó el rostro de Rebecca cuando ella alcanzó a ver sus ojos.

Matará a mi Jacob. Le debo advertir. Tengo que hacer que Jacob se vaya lejos de aquí.

Hubo unos minutos de silencio en la tienda, mientras Isaac se ordenaba a sí mismo.

—Rebecca, esposa mía —Isaac llamó—. Sé que puedes oírme. Por favor entra.

Rebecca entró en la tienda con gracia y se arrodilló junto a su marido ciego.

—Sí , mi marido.

—Por favor, siéntate, mi querida.

—Gracias, Isaac.

—Rebecca, sé que tú has planeado este engaño. ¿Por qué no hablaste de esto conmigo? —Isaac preguntó con voz dolorida.

Rebecca estaba preparada para ese momento. Tengo que darle la noticia con cuidado. Isaac ama a Esaú. Él es ciego a la maldad de Esaú, a su ira y furia. Yo misma no sé de dónde viene.

—¿Hubieras escuchado mis palabras?

—Eres muy inteligente y de buen corazón. Tus palabras son siempre de gran valor.

Esa es la forma educada de decir que no. Yo tuve razón al haberlo engañado. Tengo que ir con cuidado. Debo proteger a Jacob para que él tenga el derecho de ser el primogénito. “El mayor servirá al menor”.

—Esaú no es tan inocente como te imaginas. Él no es digno de seguir sus tradiciones.

—Él es el mayor. Él es un hombre de mundo. El cumplimiento de la primogenitura requiere una cierta rugosidad, una buena capacidad de liderazgo. Esaú posee estos atributos – incluso más que yo, y más de Jacob.

Él no ve. No entiende. Él está justificando su amor ciego por Esaú. Debería haberlo entendido a esta altura.

—Aún así, mi amor, él puede ser cruel, incluso perverso —replicó Rebecca—. Ese no es nuestro camino. No es tu camino. No es lo que tu padre Abraham hubiera querido.

—Así que ahora, mi amor, ¿tú eres la intérprete de las tradiciones de mi padre? —Isaac preguntó con cierta incredulidad.

Debo intentar un ángulo diferente. Tengo que traerle pruebas y moverlo a la acción. No va a ser persuadido con acusaciones no verificadas.

—Mira a las esposas de Esaú – ¡son adoradoras de ídolos! Estoy disgustada con mi vida por causa de estas hijas de Het —Rebecca dijo con vehemencia—. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het, como éstas, hijas de esta tierra, ¿para qué voy a vivir?

Isaac se sorprendió de la ferocidad de Rebecca. Por tercera vez en un día, se encontró confundido y desorientado, sorprendido por cada encuentro, pero sintiendo una mayor revelación en cada uno. Él no respondió, pero se inclinó hacia delante, mirando pensativo la nada.

Isaac podía percibir que la mano de Dios había estado muy involucrada en los acontecimientos del día. Isaac siempre había supuesto que Esaú era la opción correcta, sin embargo, Dios claramente había intervenido. Jacob había mostrado un gran coraje y habilidad para hacerse pasar por Esaú.

Y la bendición continuó. Isaac sintió que la presencia divina aprobaba la bendición. Jacob había sido realmente bendecido. Tiene que haber cierta validez en la compra que hizo Jacob de la primogenitura de Esaú. Cuanto más Isaac pensaba en ello, más se daba cuenta de que Rebecca estaba en lo cierto. Por mucho que le doliera, se dio cuenta de Esaú no era el que heredaría sus tradiciones – sería Jacob. El mayor servirá al menor.

Rebecca miró los rasgos de Isaac. Su rostro parecía contorsionarse con las emociones de sus pensamientos. ¿Lo he empujado demasiado fuerte? ¿Cómo podemos superar esto?

Esaú era demasiado peligroso, pensó Isaac. Sin embargo, se mostraba con tanto respeto ante Isaac que era un placer tenerlo a su alrededor. Ese hijo confiado, fuerte y valiente había sido la esperanza de Isaac para el futuro. Pero eso no era lo que tenía que suceder. Dios lo había indicado.

Isaac le tendió la mano derecha a Rebecca. Instintivamente Rebecca puso su mano en la suya. Isaac le cubrió la mano con la mano izquierda y la acarició suavemente.

—Amor de mi vida —dijo Isaac en voz baja—, ¿por qué se ha llegado a esto? ¿Por qué debes manipular y hacer planes a mis espaldas? ¿Es que no hay confianza entre nosotros? ¿No hay más confianza en esta familia – en los descendientes de Abraham?

Pequeñas lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de Rebecca.

Oh Isaac. ¡Te quiero tanto! ¿Cómo puedo explicar mi decepción? ¿Cómo puedo decirte acerca de la profecía secreta que he llevado durante tanto tiempo? ¿Cómo puedo mostrarte lo que te niegas a ver?

—A pesar de nuestras instrucciones y esfuerzos, Esaú ha tomado el mal camino —dijo Rebecca suavemente—. Me rompe el corazón verlo. Pero debemos recordar nuestra misión. No podemos abandonar al Dios de tu padre y la amabilidad y la bondad que él dirige. Jacob es el que va a seguir su camino. Las bendiciones que nos ha otorgado confirman eso. Ahora tenemos que asegurarnos de que se case bien por el bien de la próxima generación.

—No ha respondido a mi pregunta —Isaac dijo mientras limpiaba tiernamente las lágrimas que no podía ver desde la mejilla de Rebecca— ¿Crees que soy tan ciego que no conozco a mis propios hijos?

Terco. Terco. Él se centra en la farsa y no en lo que tenemos que hacer a continuación. Ha sido profundamente ofendido por el engaño.

—Lo siento —respondió Rebecca—. Yo no vi otra manera. Esaú siempre ha sido tu favorito. Yo no creía que iba a cambiar tus ideas con sólo mi sugiriéndotelo. No podía correr el riesgo de que el niño malo fuera a recibir tu bendición.

—¿Qué hay de la confianza? ¿Cómo puede haber amor, cómo puede haber matrimonio o una relación, sin confianza? —y ahora era Isaac quien derramó lágrimas.

Él está en tanto dolor. Por favor, Dios, ¡ayúdame! No sé qué más decir.

Isaac y Rebeca se sentaron en silencio, cada uno sosteniendo las manos del otro.

—Es la voluntad de Dios —anunció Isaac—. Tal vez mi ceguera no es sólo física. Este problema de los niños nos ha dividido durante algún tiempo. Nunca debimos haber elegido favoritos.

Sí. Ahora empiezas a entender.

—Le mostré demasiado afecto y comprensión a Esaú —continuó Isaac—.  Los actos de los padres son una señal para los hijos. Parece que he repetido el error de otro.

Así como Abraham acepta y justifica la conducta de Ismael, tú has hecho la vista gorda al comportamiento de Esaú.

—Isaac, ambos hemos cometido errores —explicó Rebecca, con su mano todavía en la de él—. Vamos a aprender de ellos, pero no insistir en ellos. Por favor no dudes de mi compromiso, dedicación y amor por ti. Haré lo que sea necesario para cumplir con el trabajo de tu vida – incluso si esto significa engañarte o esconder cosas de ti.

Isaac la miró con sus ojos ciegos.

—Debe haber sido muy difícil para ti. Has sido muy fuerte y valiente para diseñar y llevar a cabo el engaño.

Gracias, Dios. ¡Él entiende!

Isaac y Rebeca se abrazaron y celebraron el uno al otro en silencio. Un abismo de muchos años finalmente había sido salvado.

—Vamos a llamar a Jacob —dijo Isaac—. Voy a volver a confirmar mis bendiciones hacia él, esta vez consciente de su verdadera identidad. Le voy a ordenar que encuentre esposas de tu familia y no hijas de esta tierra

¡Gracias, Dios! Gracias, Gracias. Gracias. Mi misión está cumplida y mi amor ha vuelto a mí.