ficción bíblica: Éxodo Bo
Traducido del inglés y editado por Caro Cynovich carocynovich@gmail.com
La prima del Faraón
Lo odio, Pirit pensó mientras yacía en la cama. Nos va a destruir.
Pirit daba vueltas. No había ninguna posibilidad de que pudiera relajarse. Ella temía la oscuridad no cesaría, al igual que sucedió con la última plaga. Aún se encontraba traumatizada por aquella eterna y paralizante noche. Solía maldecir al sol por ser impredecible, pero ahora oraba por su regreso.
El primo Faraón condenó Egipto, Pirit reflexionaba. Y Moisés siempre cumplió con su palabra.
“Los primogénitos morirán”, dijo Moisés con su voz profunda y autoritaria. Al recibir ese anuncio sintió un gran escalofrío como si su primogénito, Rabret, hubiese muerto en el acto.
Oh, dulce Rabret, Pirit gimió para sus adentros. Solo tiene quince años. Recién entrando en la adultez. Pequeñas lágrimas corrieron por el rostro de Pirit ante la idea de perderlo.
Hubo un silencio tenso durante toda la noche en Egipto, como si todo el país estuviera expectante conteniendo la respiración. La última declaración de Moisés se habían expandido como la pólvora. La décima plaga promete ser la peor; afectaría a todos los hogares. Tanto los pobres como los ricos sufrirán. La mente de Pirit se revolvía inquieta. Tan solo aquellos que no tienen hijos se ahorrarán el dolor de perder uno.
¡Aún así el Faraón se rehúsa a dejar ir a los israelitas! Pirit gritó en su cabeza. ¡Está loco! Pero, ¿qué podemos hacer?
Entonces empezó. Pirit escuchó un suave gemido desde lejos. Se quedó en la cama intentando ignorarlo con la esperanza de que se iría. Entonces el gemido se hizo más fuerte – y más cercano. En realidad no era un gemido, era un grito de amargura, dolor y angustia. Se iba intensificando y haciéndose más fuerte. Pirit pensó que el grito era parecía un ser vivo, creciendo en fuerza, forma y poder. Antes de darse cuenta, el grito se volvió abrumador. Estaba en todas partes. Parecía como si cada punto de la tela que era Egipto estuviera desgarrándose de dolor. Pirit no pudo contenerse por más tiempo.
Aflojó sus ojos cerrados y se levantó de su cama. Se acercó, como si fuera a su propia ejecución, a la habitación de Rabret. La habitación estaba anormalmente tranquila en medio de los gritos comunales de Egipto. Tal vez solo está durmiendo pacíficamente, Pirit oró. Pero no había ningún movimiento. No se escuchaba ninguna respiración. Ningún suave subir y bajar del cuerpo de su hijo. Ningún signo externo de vida. Muy suavemente, Pirit tocó el hombro de Rabret. Hacía frío en medio de la cálida noche egipcia.
—Rabret —Pirit lo sacudió—. Por favor, despierta, mi amor.
Pero no hubo respuesta. Perdiendo toda esperanza, Pirit tiró del hombro de Rabret para ver su rostro.
Dio un paso atrás, tomándose la cara con las manos, mientras chorros de lágrimas gruesas rodaban por sus mejillas. El rostro de Rabret estaba congelado, muerto, en una mueca de dolor. La única forma de interpretarlo era que su vida había sido interrumpida con urgencia, fuerza y con violencia. Él ahora era una cáscara vacía.
Pirit volvió corriendo a abrazar a su hijo sin vida. Su primogénito. Su Rabret .
—¡No! No mi dulce Rabret. ¡Oh, no!
Comenzó a llorar. Un llanto desconsolado que se unió a las voces del resto de Egipto en una sinfonía discordante de dolor.
*
Esta locura ha ido lo suficientemente lejos. No me importa si esto es traición o blasfemia, Pirit pensó mientras daba grandes pasos en su camino hacia el palacio de su primo. No estaba sola. Otros nobles, miembros de la realeza y asesores se dirigían, con los ojos llorosos, a la sala de audiencias del Faraón.
—Mi hijo. Mi heredero —Faraón estaba murmurando, sosteniendo el cetro del príncipe en sus manos.
Faraón estaba sentado, encorvado en su trono, rodeado de una creciente audiencia enfurecida. Pirit abrió paso entre el grupo y, sin previo aviso o introducción, se dirigió a Faraón.
—¿Cuántos niños más necesitamos sacrificar? —Pirit declaró—. ¿Cuántos más?
—¿Qué podemos hacer ? —Faraón le preguntó a nadie en particular.
—¡Deja ir a los israelitas! —Pirit gritó.
—Eso es lo que quieren —dijo Faraón débilmente, sin dejar de mirar el cetro del muchacho—. Pero es demasiado tarde ahora. Todo está perdido.
Pirit acercó al trono, sin haber sido invitada, bajo los gritos ahogados de asombro de los presentes.
—Primo —Pirit se dirigió al Faraón—. Todo se perderá si no haces nada. Déjalos ir, como deberías haber hecho hace tiempo. ¿Cuánto más debe pagar Egipto por su esclavitud? ¿Quién sabe lo que nos deparará la próxima plaga? Por favor, primo, por el bien de mis otros hijos, de sus otros hijos – por lo que aún queda de Egipto. Debes dejarlos en libertad – ahora. ¡Escucha los gritos! ¡Son cada vez más fuertes!
—Me siento como una marioneta en las manos del Dios hebreo —el Faraón comenzó apretando los dientes— Cada vez que he pensado en liberarlos siento un impulso de mantenerlos esclavizados.
—Entonces por Ra. No, no por Ra —Pirit miró a la gran estatua de su dios, sus labios rizados en una mueca—. Por el dios hebreo, que ha demostrado ser todopoderoso y ha reducido a Ra a una escultura sin sentido. ¡Juro por el dios hebreo! —Pirit se arrodilló y agarró firmemente ambos tobillos del Faraón, en medio de las exclamaciones de la audiencia—. No te dejaré ir hasta que liberes a los israelitas.
Faraón miró a su prima, de repente consciente de su audacia y atrevimiento en violar las reglas respecto a una persona santa como él. Reconoció el gesto antiguo que estaba llevando a cabo Pirit. No dejar ir al proveedor era el pedido físico de un suplicante hasta que su deseo fuera concedido, o hasta que lo mataran por su conducta inapropiada.
Un murmullo comenzó en la sala de audiencias con el telón de fondo de los lamentos cada vez más fuerte.
—Pirit tiene razón —el Faraón escuchó—. Tiene que dejar ir a los hebreos.
Otra voz añadió: —Estamos perdidos.
—Faraón nos ha condenado.
—¿Qué podemos hacer?
—Tiene que dejar ir a los hebreos.
—Deja ir a los hebreos.
—Sí. Déjalos ir
—¡Deja ir a los hebreos! —dijo alguien como un canto, como un lamento.
—Deja ir a los hebreos —el canto fue acogido.
—¡Deja ir a los hebreos! —dijo el cuarto entero.
—¡Deja ir a los hebreos! —resonó por todo el palacio .
*
Faraón salió corriendo de sus aposentos con el cetro del Príncipe todavía en la mano, seguido por una extensa comitiva encabezada por Pirit.
Faraón se dirigió hacia el barrio hebreo de su ciudad. Caminó tambaleándose, buscando de puerta en puerta de entrada para detectar signos de la casa de Moisés o Aarón.
—¿Dónde está Moisés? —clamó el Faraón—. ¿Dónde está Aarón?
Pero no hubo respuesta.
—Hebreos —Faraón llamó—. ¡Por favor, ayúdenme! ¿Dónde están Moisés y Aarón?
Sin aliento, apoyado en el marco de la puerta de un hogar hebreo, el Faraón se sorprendió al sentir una sustancia pegajosa en las manos. Se miró las manos. Para su horror, estaba llena de sangre.
—¡Moisés! ¡Aarón! —Faraón gritó por encima del zumbido de los lamentos, que era notoriamente más tranquilo en el barrio hebreo.
—¡Lo siento! ¡Yo estaba equivocado! —continuó Faraón—. ¡Tú y tu gente pueden irse! ¡Por favor! ¡Vayan!
—Estoy aquí, Faraón —Moisés apareció en una de las puertas. Aarón estaba a su lado y que fueron seguidos por otros ancianos hebreos.
—Oh Moisés —el Faraón se puso de rodillas. El resto de la comitiva siguió su ejemplo—.Vayan, vayan. ¡Por favor! Me equivoqué. Vayan. Tomen todo lo que quieran tomar. Las mujeres, los niños, los animales – todos los animales. Tomen todos y salgan rápidamente. Ahora. Por favor, vayan. Vayan antes que nos destruyan a todos.
Moisés dirigió a los ancianos hebreos y les indicó que sigan adelante y den la palabra de partir. Todos ellos estaban vestidos para el viaje, llevando mochilas y bolsas totalmente cargadas, como si hubieran estado esperando el momento de ser liberados.
Sin decir una palabra, Moisés se volvió para irse.
—Moisés, mi Señor —Pirit rogó—. ¿Es este el final? ¿Será este fin a las muertes y a la destrucción en Egipto?
Moisés miró Pirit con cara triste y solemne.
—Eso dependerá de ustedes —los señaló a todos—, de ustedes y la voluntad del Faraón —lo señaló.
Pirit se estremeció. Si depende de nosotros y del Faraón, entonces realmente estamos condenados.
Y sin decir nada más, Moisés dio la espalda a los egipcios para nunca más volver a ver su lugar de nacimiento, la tierra de los opresores de los hebreos.
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